Iba yo con mi tractor esparciendo estiércol en un campo nevado. Disfrutaba dibujando rayas marrones en la superficie blanca. Al día siguiente, todo estaba cubierto por una fina capa de nieve fresca. Aparte de algunos rastros, el campo brillaba con una blancura impecable. El sol hacía brillar la nieve bajo el cielo azul y en la atmósfera se respiraba pureza. ¡Qué maravilloso espectáculo!
¿Y la suciedad y las manchas repugnantes de nuestra vida? ¿Se pueden borrar? ¿Cómo nos deshacemos de nuestros defectos y cargas?
Un día aprendí que Jesús perdona nuestros pecados. El profeta Miqueas utiliza una comparación adecuada: Dios lanza todos nuestros pecados a lo profundo del mar. Nadie podrá sacarlos. Luego, con la ayuda de un consejero espiritual, entregué todo mi pasado a Jesús por medio de la oración. Dios comenzó una obra de transformación en mí que continúa hasta hoy. Mi corazón fue inundado por su amor.
Tenía la impresión de que por fin podría quitarme mis viejos trapos y ponerme unas vestiduras nuevas, blancas y puras (Apocalipsis 3, 5).
Aunque vuestros pecados sean como el rojo más vivo, yo los dejaré blancos como la nieve.
Isaías 1, 18
¿Quieres ese perdón?
Texto de la semana Hebreos 8, 10-13